Por Luis E. Mendoza
En la actualidad, el asedio de Occidente contra Palestina se despliega bajo la retórica de civilización versus barbarie. En su reciente discurso ante el congreso de US, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, sostuvo lo siguiente: “Este no es un choque de civilizaciones; es un choque entre barbarie y civilización”, radicalizando la tesis de Samuel Huntington sobre el choque de civilizaciones. En lo que sigue, desempaco cinco factores para evaluar el actual escenario geopolítico en Oriente Medio.
- Comercio Transnacional
Desde el punto de vista del comercio transnacional, la situación en Palestina evidencia el permanente interés de Occidente de ganar más control sobre los recursos y rutas del Medio Oriente. En este caso, vía su alianza con el Estado de Israel. El Oriente Medio no solo cuenta con abundantes reservas de petróleo y gas natural, sino que sus costas bordean las tres principales rutas marítimas de comercio entre Oriente y Occidente. Primero, el estrecho de Ormuz, ubicado entre Irán y Omán, es una ruta clave para el comercio de petróleo y gas, conectando el Golfo Pérsico y el mar arábigo con rutas hacia Asia y Europa. Segundo, el Estrecho de Mandeb, localizado entre la península arábiga (Yemen y Arabia Saudita) y el Cuerno de África (Somalia y Djibouti), ruta comercial que conecta el mar arábigo con el mar Rojo. Finalmente, el Canal de Suez, ubicado en Egipto, conecta África, Asia y Europa en dirección hacia el estrecho de Gibraltar (colonia británica de ultramar). En línea directa hacia Estados Unidos, al otro lado del Atlántico.
- Geopolítica
Geopolíticamente, la situación Palestina evidencia —grosso modo— dos bloques enfrentados a partir de alianzas porosas: Occidente versus Oriente. Estos bloques están definidos por factores culturales y económicos más que por alianzas geográficas. Los Estados de mayoría cristiana/católica/judía (Estados Unidos, Europa Occidental/NATO, Israel), actúan en alianza cruzada con Estados musulmanes de mayorías sunitas/modernistas (Arabia Saudita, Egipto, Turquía, por ejemplo). Este bloque ha construido una alianza histórica con un conjunto de países asiáticos como es el caso de Japón, Tailandia y Corea del Sur. Mientras que al lado opuesto se encuentra el Estado de mayoría Chiita/tradicionalistas (Irán), en alianza con los Alauitas (Siria), sumado a grupos paramilitares apoyados por Irán: Hamas (Palestina), Hezbollah (Líbano), PMF (Irak), Hutíes (Yemen), entre otros. Este bloque cuenta con fuertes y decisivos aliados en Asia como es el caso de Rusia y China y Corea del Norte. Venezuela también es de la partida. Y en el medio —alegando neutralidad— se encuentran algunos países que juegan la carta de “ambigüedad estratégica” como es el caso de India, Brasil, Suiza y Omán.
- Derecho Internacional
Una mirada crítica del derecho internacional revela que el genocidio en Palestina expone la ineficacia permanente de las Naciones Unidas frente a la voluntad Israel, Estados Unidos y sus aliados. La problema judío-palestino es de larga data, pero adopta una faceta institucional en el siglo XX a partir de la creación de las Naciones Unidas. En 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 181 para la creación del Estado de Israel y la partición de Palestina. Es la llamada “solución de dos Estados”. El problema es que la mayoría de las naciones musulmanas votaron en contra de tal “solución”, mientras que los judíos la apoyaron respaldados por occidente. Desde una perspectiva moral, sin duda era necesario adjudicarle un Estado al pueblo judío frente al Holocausto nazi. Sin embargo, desde una mirada realista: ¿era necesario promover un Estado judío en medio de naciones árabes a partir de una lectura sionista de la historia? ¿Acaso la “solución de dos Estados” en realidad constituía una estrategia geopolítica diseñada por Occidente para reforzar su influencia en Oriente Medio, vía el Estado de Israel y agudizar divisiones regionales? Estas preguntas guardan relación con dos antecedentes relacionados al imperialismo británico durante la primera guerra mundial: el acuerdo de Sykes-Picot (1916) y la Declaración de Balfour (1917). Por el primero, el imperio británico “anexaba” el territorio palestino tras la partición del imperio otomano (turco). Por el segundo, los británicos se comprometieron ante la comunidad judía en crear un “hogar nacional” judío en Palestina. Desde mi punto de vista, la declaración de Balfour se materializó en las Naciones Unidas como una medida táctica-institucional para legalizar la posición de Israel en Oriente Medio jugando en pared con sus aliados dentro del Consejo de Seguridad: Estados Unidos, UK y Francia. Esta interpretación se confirma con la guerra árabe-israelí de 1967 mediante la cual Israel ocupó de facto la península de Sinaí, la franja de Gaza, Cisjordania, los Altos del Golán y el Este de Jerusalén. De hecho, los lideres sionista sabían que la “solución de dos Estados” era una medida táctica transitoria frente a un objetivo mayor: la ocupación total del territorio Palestino y el expansionismo. Cito al histórico primer ministro de Israel, David Ben-Gurion, quien sostuvo lo siguiente en 1949: «Antes de la fundación del Estado, en vísperas de su creación, nuestro principal interés era la autodefensa. . . pero ahora la cuestión que nos ocupa es la conquista, no la autodefensa. En cuanto a la fijación de fronteras, es una cuestión abierta». (Segev 6).
- Perspectiva decolonial
Desde un ángulo de-colonial, la situación en Palestina pone en evidencia el continuo intervencionismo occidental para controlar recursos, ampliar mercados y expandir su epistemología en el resto del mundo. Irónicamente, occidente está liderado por países que se autodefinen como “democracias liberales”. En la práctica, estas democracias son herederas del colonialismo europeo en las Américas, Oceanía, África y Oriente Medio y Asia. Es cuestión de revisar la historia de los últimos siglos. En los tiempos actuales, la estructura transnacional de poder (viejos imperios) operan en alianza con oligarquías nacionales con el objeto de implementar shocks neoliberales como medidas de “rescate” de países en crisis frente a la lógica del progreso. A partir de lo cual se realiza un trabajo de ingeniería social para la creación de una clase media liberal defensora de la democracia, pero ciega frente al actual neocolonialismo inglés, francés y estadounidense porque son quienes “pagan las cuentas”. Esta retórica del progreso proviene del siglo de las luces europeo montado sobre filosofía grecolatina, la teología judeocristiana y el protestantismo. ¿Hitos históricos? La Revolución inglesa (1668) y su reverso: estructuras coloniales en Asia y el Caribe; la Revolución americana (1776) y su reverso: el exterminio de las naciones originarias y la trata de esclavos; la Revolución francesa (1789) y su reverso: estructuras coloniales al Norte de África y el Sahel. Solo por mencionar algunos casos. Recuérdese que la configuración de las actuales fronteras mundiales deriva de la colonización y legalización de las Américas a partir de la Bula de Alejandro VI (1493), el Tratado de Tordesillas (1494), la Paz de Westfalia (1648), el Tratado de Paris (1763), y las Conferencias de Berlín (1885), ya en el ámbito africano. De hecho, el cartógrafo alemán Martin Waldseemüller acuñó en 1507 el nombre “América” para referirse al Nuevo Mundo en “honor” al explorador y conquistador italiano Amerigo Vespucci.
- Filosofía Política
Desde el ángulo de filosofía política, me enfoco en los Estados Unidos por ser el país que apoya decididamente el expansionismo de Israel en el Medio Oriente. El tema es complejo, pero la filosofía política de US ha operado bajo la influencia del liberalismo europeo (valores), los Papeles Federales (gobierno), la doctrina Monroe (proteccionismo) y el Destino Manifiesto (expansionismo). Pero hay más. A nivel de política exterior, los estrategas estadounidenses operan bajo el influjo del teórico nazi Carl Schmitt y del filósofo judío-alemán Leo Strauss. De hecho, como nos lo recuerda la filósofa Anne Norton, el gobierno estadounidense custodia y estudia los 3000 volúmenes incautados de la biblioteca de Schmitt una vez terminada la segunda guerra mundial. ¿Qué dice la filosofía política de Schmitt? En su ensayo El Concepto de lo Político (1927), Schmitt sostenía que la naturaleza de lo político está basada en la distinción entre enemigo y amigo, o entre la capacidad de poder identificar aliados y detectar enemigos. Dice Schmitt: “the specific political distinction to which political actions and motives can be reduced is that between friend and enemy” (26). Además, frente al liberalismo, Schmitt argumenta que este ha creado un mecanismo de pesos y contrapesos de poder (gobierno, elecciones, entretenimiento, discurso y diplomacia) que diluyen la polaridad política y potenciales enemigos, asimilándolos o reprimiéndolos. El problema con la represión, como se sabe, es que no destruye la energía que aspira eliminar, sino que la desplaza dentro del mismo sistema. Lo cual genera que la energía desplazada reaparezca luego de manera violenta contra el sistema represor.
En el caso de Strauss —quien escribió una revisión del ensayo de Schmitt—su filosofía elabora una crítica del liberalismo, del relativismo y de la distinción (weberiana) entre hecho y valor. De hecho, en 1932 Strauss abandonó Alemania a partir de una beca dada por la Fundación Rockefeller. Y emigró a Estados Unidos en 1936, luego de publicar libros sobre Maimónides, Hobbes y Spinoza. En 1949, obtuvo una posición de catedra en la Universidad de Chicago (cuna del neoliberalismo) y desde allí publicó sus libros más importantes. En su libro Natural Rights and History (1953), Strauss criticaba el pensamiento relativista-historicista por atar el pensamiento humano a sus circunstancias históricas, frenando la posibilidad de justificar filosóficamente la superioridad de una cultura frente a otras. Strauss sostenía que el rechazo del derecho natural por parte de la filosofía moderna conduce al relativismo moral y a la erosión de los estándares objetivables. Frente a esto, planteaba la superioridad moral de las democracias liberales porque, decía, sus valores y fortalezas son autoevidentes, pese a sus falencias para construir una real comunidad cívica. En el plano geopolítico, Strauss —siguiendo a Schmitt— sugiere que el humanismo del liberalismo —por su estándar totalizador— genera un estado de paranoia, vigilancia total y guerras preventivas. Esencialmente, todo el mundo se convierte es enemigo/amenaza potencial.
Strauss ha tenido una influencia más directa sobre un grupo de futuros funcionarios estadounidenses. Su influencia en Washington es conocida y dio lugar a un grupo de funcionarios conocidos como los Straussianos, entre ellos Paul Wolfowitz, Condoleezza Rice, Abram Shulsky, Robert Kagan y William Kristol, estos dos últimos fundadores del “Proyecto para un Nuevo Siglo Americano” lanzado en 1997. El caso de Paul Wolfowitz es el más revelador. Wolfowitz fue estudiante de Leo Strauss en la Universidad de Chicago a fines de 1960. Luego ocupó cargos de inteligencia en distintas administraciones. Ya 1992, el New York Times publicó extractos filtrados de lo que sería conocida como la Doctrina Wolfowitz, el cual delineaba la política exterior estadounidense post guerra fría. Apoyándose en el memorándum Kennan (1946), la doctrina Wolfowitz proponía que US debiera “impedir que cualquier potencia hostil domine regiones cuyos recursos, bajo un control consolidado, serían suficientes para generar poder global” (309), lo cual cubría las regiones de Europa, Asia, la ex Unión Soviética y el Oriente Medio. De hecho, en el 2000 apareció el libro Present Dangers, editado por Kagan y Kristol, cuyos artículos hacen eco de la línea de Wolfowitz, quien colabora con un ensayo titulado “Statemanship in the New Century”. En este artículo, Wolfowitz sostenía que “…los Estados Unidos no puede darse el lujo de permitir que una potencia hostil domine Europa, Asia o el Golfo Pérsico” (311), sugiriendo que la ausencia de una amenaza externa no contribuía en consolidar la posición global de Estados Unidos. La amenaza sobrevino un año después a raíz de los ataques contra las torres gemelas (2001). Wolfowitz, entonces, ocupaba el cargo de subsecretario de Defensa en la administración George W. Bush, coordinando junto con Donald Rumsfeld y Dick Cheney. En cascada, el gobierno estadounidense activó un conjunto de operaciones contraterroristas en Afganistán (2001), Iraq (2003), Pakistán (2004), Libia (2011), Siria (2014), Yemen (2015), haciendo eco —como sugiriera Carl Schmitt— de un estado de paranoia, vigilancia total y guerras preventivas.
Visto así, mi punto es que el genocidio en Palestina muestra no solo una política de asedio constante en la región por factores comerciales y geopolíticos, sino que delata la influencia del pensamiento de Carl Schmitt en el terreno de la disputa política de amigos y enemigos, es decir: entre occidente y oriente, entre Israel y Palestina, entre “nosotros” y “no-nosotros”. Pero también sugiere la influencia de la filosofía de Leo Strauss en la mentalidad de los estrategas estadounidense sobre los gobiernos disfuncionales a sus intereses. Así que cuando primer ministro Benjamín Netanyahu sostiene, frente al aplauso del congreso estadounidense, que la situación en Palestina “es un choque entre barbarie y civilización”, en realidad está usando un lenguaje Schmittiano anclado en el binomio nazi amigo-enemigo. Y no solo eso: Netanyahu sugiere que la alianza Estados Unidos-Israel encarna una civilización superior frente a otras, haciendo eco del pensamiento neoconservador de Leo Strauss. Nada más, nada menos.
A la fecha hay más de 41 mil palestinos asesinados por Israel y Occidente.
Kagan, Robert y William Kristol, editors. Present Dangers: crisis and opportunity in American foreign and defense policy. San Francisco: Encounter Books, 2000.
Mearsheimer, John y Stephen Walt. The Israel lobby and U.S. foreign policy. New York: Farrar, Straus and Giroux, 2007.
Norton, Anne. Leo Strauss and the Politics of American Empire. New Haven: Yale University Press, 2004.
Schmitt, Carl. The Concept of the Political. Chicago: University of Chicago Press, 1996.
Segev, Tom. 1949: The First Israelis. New York: Free Press; London: Macmillan, 1986.
Strauss, Leo. Natural Rights and History. Chicago: University of Chicago Press, 1953.
Western geopolitics and the Palestinian question
By Luis E. Mendoza
Currently, the West’s encirclement of Palestine is framed through the rhetoric of civilization versus barbarism. In a recent speech before the US Congress, Israeli Prime Minister Benjamin Netanyahu stated: “This is not a clash of civilizations; it is a clash between barbarism and civilization,” thus radicalizing Samuel Huntington’s thesis on the clash of civilizations. In the following, I outline five key factors to evaluate the current geopolitical situation in the Middle East.
- Transnational Trade
From the perspective of transnational trade, the genocide in Palestine illustrates the West’s ongoing interest in asserting greater control over the Middle East’s resources and trade routes, particularly through its alliance with Israel. The Middle East is not only rich in oil and natural gas reserves but also strategically borders the three main maritime trade routes between East and West. First, the Strait of Hormuz, located between Iran and Oman, is a crucial route for oil and gas trade, connecting the Persian Gulf and Arabian Sea with routes to Asia and Europe. Second, the Bab El-Mandeb Strait, located between the Arabian Peninsula (Yemen and Saudi Arabia) and the Horn of Africa (Somalia and Djibouti), connects the Arabian Sea with the Red Sea. Finally, the Suez Canal, located in Egypt, connects Africa, Asia, and Europe, leading towards the Strait of Gibraltar (British overseas territory) and directly across the Atlantic to the United States.
Fuente: Al Mayadeen.
- Geopolitics
Geopolitically, the Palestinian situation highlights a broad division between two blocs defined by cultural and economic factors rather than strict geographical alignments: the West versus the East. The West is characterized by a cross-alliance of Christian, Catholic, and Jewish-majority states (United States, Western Europe/NATO, Israel) with Sunni-majority Muslim states that are more progressive (Saudi Arabia, Egypt, Turkey). This bloc also holds historic alliances with Asian countries like Japan, Thailand and South Korea. On the opposite side is a bloc led by Shiite-majority states (Iran) allied with Alawites (Syria) and various Iran-supported paramilitary groups (proxies): Hamas (Palestine), Hezbollah (Lebanon), the Popular Mobilization Forces (Iraq), the Houthis (Yemen), and other militias. This bloc also has strong allies in Asia, including Russia, China and North Korea. Venezuela is also part of the equation. Additionally, some countries claim neutrality, playing the “strategic ambiguity” card such as India, Brazil, Switzerland, and Oman. To mention a few.
- International Law
A critical examination of international law reveals that the genocide in Palestine exposes the permanent ineffectiveness of the United Nations against the will of Israel, the United States, and their allies. The Jewish-Palestinian conflict is longstanding but gained an institutional dimension in the 20th century with the creation of the United Nations. In 1947, the UN General Assembly passed Resolution 181, which proposed the creation of the State of Israel and the partition of Palestine, known as the “two-state solution.” However, while most Muslim nations opposed this “solution,” the Jews supported it backed by the West. Morally, it was necessary to grant the Jewish people a state in response to the Nazi Holocaust. Realistically, though, was it necessary to establish a Jewish State amidst Arab nations based on a Zionist interpretation of history? Was the “two-state solution” really a geopolitical strategy by the West to reinforce its influence in the Middle East through Israel and to exacerbate regional divisions? These questions link back to two precedents of British imperialism during World War I: the Sykes-Picot Agreement (1916) and the Balfour Declaration (1917). In the first, the British Empire “annexed” Palestinian territory after the Ottoman Empire’s partition. In the second, the British committed to creating a Jewish “national home” in Palestine. In my view, the Balfour Declaration materialized in the United Nations as a tactical-institutional measure to legitimize Israel’s position in the Middle East by leveraging its allies within the Security Council: the United States, the United Kingdom, and France. This was further confirmed by the 1967 Arab-Israeli war, in which Israel occupied the Sinai Peninsula, the Gaza Strip, the West Bank, the Golan Heights, and East Jerusalem. In fact, Zionist leaders knew that the “two-state solution” was a temporary tactical measure as the ultimate goal would be the total occupation of Palestinian territory and beyond. As Israel’s historic Prime Minister David Ben-Gurion stated in 1949: “Before the founding of the State, on the eve of its creation, our main interest was self-defense… but now the issue at hand is conquest, not self-defense. As for the settings the borders, it is an open-ended matter.” (Segev 6).
- De-Colonial Perspective
From a de-colonial perspective, the situation in Palestine underscores ongoing Western interventionism aimed at controlling resources, expanding markets, and imposing its epistemology globally. Ironically, the West is led by countries that define themselves as “liberal democracies.” In practice, these democracies are heirs of European colonialism in the Americas, Oceania, Africa, the Middle East, and Asia. It is a matter of reviewing history over the last few centuries. It becomes evident that transnational power structures (the old empires) operate in alliance with national oligarchies to implement neoliberal shocks as “rescue” measures for countries in crisis, under the guise of progress. This creates a liberal middle class that defends democracy but remains blind to contemporary English, French, and American neocolonialism because they are the ones who “pay the bills.” This rhetoric of progress originates from the European Enlightenment, rooted in Greco-Latin philosophy, Judeo-Christian theology, and Protestantism. Historical milestones include the English Revolution (1668) and its reverse: colonial structures in Asia and the Caribbean; the American Revolution (1776) and its reverse: the extermination of native nations and the slave trade; the French Revolution (1789) and its reverse: colonial structures in North Africa and the Sahel. The configuration of modern world borders stems from the colonization and legalization of the Americas through documents like the Bull of Alexander VI (1493), the Treaty of Tordesillas (1494), the Peace of Westphalia (1648), the Treaty of Paris (1763), and the Berlin Conferences (1885) in relation to Africa. In fact, in 1507 the German cartographer Martin Waldseemüller coined the name «America» to refer to the New World in “honor” of the Italian explorer and conqueror Amerigo Vespucci.Top of Form
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- Political Philosophy
From a political philosophy standpoint, I focus on the United States as the primary supporter of Israel’s expansionism in the Middle East. The subject is complex, but US political philosophy has been influenced by European liberalism (values), the Federalist Papers (government), the Monroe Doctrine (protectionism), and Manifest Destiny (expansionism). However, there is more. In foreign policy, American political philosophy also draws from the Nazi theorist Carl Schmitt and the German-Jewish philosopher Leo Strauss. As philosopher Anne Norton reminds us, the US government safeguards and studies the 3,000 volumes seized from Schmitt’s library after World War II. What does Schmitt’s political philosophy say? In his essay The Concept of the Political (1927), Schmitt argued that the essence of the political lies in the distinction between enemy and friend, or the ability to identify allies and detect enemies. Schmitt states: “The specific political distinction to which political actions and motives can be reduced is that between friend and enemy” (26). Additionally, Schmitt criticizes liberalism for creating a system of checks and balances (government, elections, entertainment, discourse and diplomacy) that dilutes political polarity and potential enemies, assimilating or repressing them. The problem with repression, as is known, is that it does not destroy the energy it aims to eliminate but displaces it within the system, causing it to reappear violently against the repressive system.
Leo Strauss —who reviewed Schmitt’s essay and received a letter of support of him for applying for teaching jobs—elaborated also a critique of liberalism, relativism, and the (Weberian) distinction between fact and value. In 1932, Strauss left Germany on a Rockefeller Foundation scholarship, and emigrated to the United States in 1936, after publishing books on Maimonides, Hobbes, and Spinoza. In 1949, he became a professor at the University of Chicago (a hub of neoliberalism) and from there published his most significant works. In Natural Right and History (1953), Strauss criticized relativist thinking for tying human thought to its historical circumstances, which, in his view, halts the possibility of justifying the superiority of one culture or values over others. Strauss argued that modern philosophy’s rejection of natural law leads to moral relativism and the erosion of objective standards. In response, he asserted the moral superiority of liberal democracies, claiming that their values and strengths are self-evident, despite their shortcomings in building a civic community. As for the geopolitical level, Strauss —following Schmitt— suggests that the universalist tendencies of liberalism, with its totalizing standards, can foster a state of paranoia, extensive surveillance, and a reliance on preventive wars. Essentially, everyone became a potential enemy/threat.
Strauss has had a more direct influence on a group of future American officials. His impact in Washington is documented and led to the emergence of a cohort known as the Straussians, including Paul Wolfowitz, Condoleezza Rice, Abram Shulsky, Robert Kagan, and William Kristol, the latter two founders of the «Project for a New American Century», launched in 1997. Paul Wolfowitz’s case is particularly illustrative. A student of Leo Strauss at the University of Chicago in the late 1960s, Wolfowitz went on to hold intelligence positions in various administrations. In 1992, the New York Times leaked excerpts of what became known as the Wolfowitz Doctrine. This doctrine outlined US foreign policy in the post-Cold War era, drawing on the Kennan memorandum (1946). It proposed that the US should «prevent any hostile power from dominating regions whose resources, if consolidated, would be sufficient to generate global power,» covering Europe, Asia, the former Soviet Union, and the Middle East. In 2000, the book Present Dangers, edited by Kagan and Kristol, reflected Wolfowitz’s ideas. In his essay «Statesmanship in the New Century» Wolfowitz argued that «the United States cannot afford to allow a hostile power to dominate Europe, Asia, or the Persian Gulf» and suggested that the lack of an external threat undermined the US’s global position. The anticipated threat materialized a year later with the September 11 attacks. At that time, Wolfowitz served as Deputy Secretary of Defense in the George W. Bush administration, working alongside Donald Rumsfeld and Dick Cheney. Subsequently, the US government launched a series of counter-terrorism operations in Afghanistan (2001), Iraq (2003), Pakistan (2004), Libya (2011), Syria (2014), and Yemen (2015), reflecting—echoing Carl Schmitt’s analysis—a state of paranoia, extensive surveillance, and preventive warfare.
Seen in this way, the genocide in Palestine reveals not only a policy of relentless siege driven by commercial and geopolitical interests but also reflects the influence of Carl Schmitt’s ideas on the political dichotomy of friends and enemies—essentially, the divide between the West and the East, Israel and Palestine, «us» and «them.» Furthermore, it illustrates the impact of Leo Strauss’s philosophy, which claims the superiority of western values over others. Thus, when Israeli Prime Minister Netanyahu asserts in the US Congress that the situation in Palestine as a «clash between barbarism and civilization,» he is indirectly invoking Schmittian rhetoric of friend-enemy rooted in the Nazi-era. Even more: Netanyahu’s rhetoric implies that the US-Israel alliance embodies a superior civilization over others, echoing the neoconservative thinking of Leo Strauss. Nothing more, nothing less.
To date, more than 41,000 Palestinians have been killed by Israel and the West.
References
Kagan, Robert and William Kristol, editors. Present Dangers: crisis and opportunity in American foreign and defense policy. San Francisco: Calif.: Encounter Books, 2000.
Mearsheimer, John and Stephen Walt. The Israel lobby and U.S. foreign policy. New York: Farrar, Straus and Giroux, 2007.
Norton, Anne. Leo Strauss and the Politics of American Empire. New Haven: Yale University Press, 2004.
Schmitt, Carl. The Concept of the Political. Chicago: University of Chicago Press, 1996.
Segev, Tom. 1949: The First Israelis. New York: Free Press; London: Macmillan, 1986.
Strauss, Leo. Natural Rights and History. Chicago: University of Chicago Press, 1953.